Tuesday, September 23, 2008

La lista

El inspector llegó a las 3 de la madrugada al domicilio de la señora Jaramillos. Al llegar a la puerta miró hacia la ventana, cuya luz macilenta y vacilante contrastaba con la total oscuridad que impregnaba la calle. Esperó un rato hasta apurar su cigarrillo, "tengo que dejar esta mierda" se dijo. Llamó al timbre, y a los siete segundos abrieron sin preguntar. Entró en el portal al octavo.
El edificio era antiguo, con una cara señorial pero carente de total atención. El exceso de ornamentación que en otro tiempo pretendía transmitir lujo contrastaba con años y años de mugre y poso urbano que coloreaba fachada y baldosas. Decidió subir por las escaleras, mientras con la mano derecha iba tocando una a una cada barra de las que enjaulaban el hueco del ascensor. Era un ritual. Tan sagrado como el subir los escalones evitando las grietas que quebraba cada uno de ellos.
Al llegar al tercer piso se detuvo frente al número 6 y golpeó con firmeza empleando la mano diestra de bronce que pendía del centro de la puerta. Pronto se abrieron las aspas de la mirilla y unos ojos asomaron para contemplar la identidad del visitante.
-Sra. Jaramillos, soy el inspector Mendoza, abra por favor - dijo al tiempo que mostraba sus credenciales.
Tras el insólito ruido de los cerrojos se abrió la puerta, y el inspector se encontró ante una anciana enjuta, de aire sombrío, que sin responder lo miraba fijamente.
- ¿Me permite? - le dijo señalando la puerta de la entrada.
La sra. Jaramillos asintió con la cabeza, mientras se apartaba ligeramente de la entrada para permitir el paso al recién llegado.
El domicilio tenía un pasillo inacabable, con cuatro puertas a cada lado, y un recodo al final que indicaba que la vivienda continuaba. Tan sólo en ese punto asomaba un manto de luz que iluminaba indirectamente el resto del pasillo.
- Y bien, dígame.
La anciana señaló al final del pasillo y el inspector comenzó a caminar, escuchando la respiración entrecortada de la anciana. Al llegar al final giró y encontró otro pasillo la mitad de largo que desembocaba en lo que parecía un salón iluminado por velas. Entonces fue cuando lo vio, como esperándole, en mitad de la sala. El inspector sintió un ligero sobresalto, y se giró para preguntar a la anciana, pero ésta ya no estaba.
Cuando se acercó pudo contemplar el cadaver de la sra. Jaramillos, que yacía en mitad del salón, con una carta en la mano. El inspector se puso los guantes y la cogió con cuidado. Desplegó el papel y pudo leer: "boquerones, pan, leche, vinagre, desodorante".

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