Thursday, August 26, 2010

Los sueños no pagan facturas

La vio pasar en bicicleta. Aquella noche se cumplían 13 años desde la última vez que la había visto. Era una profesora peculiar, demasiado hippie para unos niños afectados en exceso por el cambio hormonal como para entender la especial sensibilidad de una mujer, que aún sin ser feliz con su trabajo disfrutaba encontrando briznas de luz, y bocetos de esperanza entre esos pequeños cabezas huecas que la ignoraban, pero que a veces incluso la sorprendían.

Ella fue la que le animó a escribir. Aprovechaba cada examen para incluir una pregunta de creatividad libre, en la que él tenía la oportunidad de dejar volar el bolígrafo para inventar otros mundos. Más que la nota empezaron a interesarle los comentarios que la profesora le incluía al dorso, en los que no perdía ocasión para instarle a que siguiera escribiendo, que nunca lo dejara, y de algún modo le inculcaba que era algo que le debía al mundo; con los años aprendió que el mundo no necesitaba nada de eso, pero que tampoco le vino mal al suyo ese punto de autoestima.

a) Lo que ocurrió:

Pensó en llamarla, pero cuando abrió la boca Marcela le apremió para que siguieran caminando. "¿Por qué te paras? llegaremos tarde". Cuando giró la cabeza aquella menuda figura en bicicleta había desaparecido entre la multitud. "¿Qué te pasa?" "Nada, me había parecido ver a alguien".

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b) Lo que hubiera ocurrido:

Le dijo a Marcela que esperase, y salió corriendo detrás de la bicicleta. Tras un sprint importante llegó a su altura y la llamó por su nombre. Ella se giró sin abrir la boca. "¿No me recuerdas? ¡soy Gabriel!". Frenó en seco y entornó los ojos, porque de todos es sabido que ese ejercicio elimina las dioptrías de los años. "¡Gabriel! ¡jamás te hubiera reconocido, claro que me acuerdo de tí!". Le preguntó a que se dedicaba, ella había dejado la docencia, trabajaba en una biblioteca y había creado una editorial, de poca repercusión, uno o dos títulos al año, pero lo justo para satisfacer el espíritu.

Él le contó que trabajaba en una oficina. Un trabajo rutinario mal remunerado, en el que se sentía insatisfecho, explotado, desaprovechado y un poco traidor hacia ese niño que llenaba folios en la última pregunta de sus exámenes. Cuando le preguntó si continuaba escribiendo, él dijo que apenas, que era algo que lamentaba mucho, y que en muchas ocasiones había pensado en ella, en qué le diría a esa pregunta, porque sentía que la había fallado.

Ella le respondió: "los sueños no pagan las facturas, pero no se puede vivir sin sueños. La vida es una carrera de fondo en la que todo suma. No te lamentes por lo que has hecho o no hasta ahora, seguramente te sirva para valorar todo lo que vas a hacer a partir de ahora. Cada día partes de cero. Nunca pienses que has llegado tarde. A veces no podemos elegir, y ante eso hay que aceptar lo que viene. Pero la vida está para ser vivida, y ésta no tiene mucho sentido si pensamos más en lo que debemos que en lo que queremos, y si dejamos que lo conveniente asfixie a lo que deseamos. La vida sabe más que nosotros, y a veces lo que creemos que es lo correcto se revela con el tiempo como inadecuado. Por eso nunca debemos desoir al corazón. Nunca podrás arrepentirte si luchas por lo que quieres, si lo intentas y no lo consigues, pero nunca te podrás perdonar si dentro de unos años te asalta el pensamiento de qué hubiera pasado si lo hubieras intentado. Tú no me has fallado, escribir sólo era una forma de compartir ese fuego interior que te hacía especial. Todavía lo conservas. No permitas que nadie lo apague".

Le dio un abrazo y se marchó, para no volver a aparecer jamás en sus retinas.