Tuesday, January 26, 2010

De puntillas

Te acercas de puntillas
con prisa y con pausa,
sabiendo que la senda es la misma,
y haciendo de todo ésto

más

una cuestión de espacio
que de tiempo

Friday, January 15, 2010

...

...y sonreir tan fuerte,
como el día en que comprendes
que lo único que pueden quitarte
(o hacerte perder)
es tiempo.

Tuesday, January 12, 2010

Cuentos de lluvia I: Lluvia en el patio interior

Podía tener cerca de 100 años. Aquel árbol vetusto y torcido servía desde hacía generaciones a los niños de la comunidad como albergue de batallas con espadas de madera y escobas descendientes de caballos. En su corteza se encontraba un crucifijo, clavado junto a las muescas y marcas de amores que perduraron más que la cola de los sentimientos, y enganchado de una de las ramas superiores, un hierro del que surgían numerosos hilos de tender que engarzaban con las rejas de las ventanas de la planta baja, donde vivió la señora Emilia, y del primer piso, alquilado durante casi una década por la señora M.Carmen, ambas viudas y entregadas a la enseñanza en un colegio de medio pelo. Tras la muerte de la señora M.Carmen sobrevino la de la señora Emilia, y la planta baja quedó durante un lustro vacía. Los hijos del resto del vecindario fueron creciendo y emigrando, envejeciendo la comunidad y perdiendo la alegría y el fastidio de los niños correteando por los pasillos.
Cuentan que llegó un potentado aragonés en el momento justo de la necesidad de Fausto Emilio, el sobrino y único heredero de la señora Emilia, y compró el inmueble a precio de mesilla de noche. En apenas 20 días lo rehabilitó y convirtió en una terraza de verano, arrancando el legendario árbol y ocupando el lugar con mesas, sillas y alguna que otra sombrilla.
La noche de la inauguración se organizó una gran fiesta, con orquesta de baile, catering y barra libre.
Se cuenta que acudió todo el vecindario, incluído Tomás, empresario jubilado que en su día bebió los vientos por la señora M.Carmen, situación que levantó no pocos rumores. Se decía en los mentideros del barrio que el único hijo que tuvo M.Carmen había sido fruto del pecado, que nació con el mismo lunar en la mejilla que Tomás. Cuando supo de la noticia dicen que acudió a casa de M.Carmen para revelarlo todo y para reclamar su paternidad. Hubo quien afirmó que Tomás realizó tamaña osadía por necesidad de tener un heredero varón, tras el desafortunado fallecimiento de su esposa. Cuentan que M.Carmen lo reconoció todo, y que por esa causa su marido, también llamado Tomás, abandonó esa misma noche el hogar, tras echar de casa al otro Tomás, e iniciar una brutal pelea con su mujer, que acabó con la señora Emilia subiendo al piso y amenazándole con un cuchillo de cocina si no desistía en su intento de agresión. Tras la marcha, nunca más se supo de él. La señora M.Carmen, en su ausencia, contó que Tomás (marido) había acudido en ayuda de un hermano que tenía en (...), y que un terrible accidente de tráfico se lo había llevado al otro mundo. En su honor, la señora M.Carmen clavó un crucifijo en el árbol del patio interior, y cada 10 de enero, fecha en que aconteció todo, le homenajeaba dejando una maceta con azaleas a sus pies.
La noche en que el potentado aragonés inauguró la terraza todo parecía andar sobre ruedas. La orquesta tocaba con entusiasmo, los vecinos se divertían, corría la bebida, las risas, y el buen humor. No pareció importarles, entre el sopor alcohólico y los bailes cadenciosos de Gabriela, la panadera de la calle, que una fina lluvia comenzara a caer sobre la escena. Hasta que la cortina de agua se fue haciendo más intensa; los músicos comenzaron a recoger, y sólo los más valientes, o los más borrachos (incluida Gabriela) se mantenían en su danza ritual. El resto se fue apartando para refugiarse bajo los balcones, o directamente para huir a casa. Pronto la descarga fue completamente insoportable, los tragaderos no daban abasto, y el nivel del agua comenzó a subir, hasta llegar a aproximadamente medio metro de altura. La fiesta se dio por concluida, todos los presentes abandonaron la improvisada piscina, calados hasta los huesos, y se cerró la puerta hasta otra ocasión.
La lluvia duró exactamente 10 horas, aquel 10 de enero que dejó al descubierto, a la mañana siguiente cuando el atónito aragonés abrió de nuevo, unos anónimos huesos allí, dónde un día se erigió el orgulloso y vetusto árbol, a los que los correveidiles del barrio ya se encargarían de poner nombre.