Monday, July 25, 2011

Fracaso sentimental

Aquella chica no tenía sentido del humor.

Escondí un velocirraptor en su dormitorio.

Desde entonces no sé nada de ella; ni me llama, ni me coge las llamadas.

Hay gente que no sabe encajar una broma...

Sunday, July 03, 2011

La maldición de la novena sinfonía


La estancia estaba a oscuras.

Margueritte depositó la bandeja del desayuno en la cómoda victoriana que a mano izquierda servía de escaparate a los numerosos daguerrotipos que mostraban los antepasados del señor, que también habitaron Villa Éline. A tientas acudió hacia la ventana para descorrer las gruesas cortinas granates que cubrían el amplio ventanal que otrora sirvió para que el viejo señor Ducourtoix deleitara con su virtuosismo al violín a los múltiples invitados a sus frecuentes y copiosas fiestas y recepciones en el jardín.

"¡Déjalo Margueritte! está bien así..."

En el viejo butacón donde el sr. Ducourtoix solía sentarse a fumar en pipa tras terminar sus obras, apenas podía apreciarse la silueta de Sébastien. Desde hacía década y media había adquirido el mismo ritual que su abuelo.

"¿Se encuentra bien el señorito?"

Sébastien permaneció en silencio y Margueritte entendió que era mejor dejarle a solas con sus pensamientos. En el umbral escuchó la débil, casi susurrante voz del ya no tan joven pero todavía brillante compositor: "ya está Margueritte... ya está..." Ella se detuvo un instante, para salir inmediatamente de la habitación y cerrar la puerta a sus espaldas.

Durante el resto del día Sébastien no salió de la estancia, y se dedicó a tocar incesantemente con el viejo violín de su abuelo la Danza Macabra de Saint Saens, cada vez más rápido, cada vez más intensamente, cada vez con mayor violencia...

Margueritte se mantuvo en sus labores diarias, y ordenó al resto del servicio que bajo ningún concepto interrumpieran al señor durante todo el día.

Cuando se hizo insoportable para los oídos el sonido del violín lacerado, Margueritte se sentó en una silla del salón, y cerró los ojos. Bruscamente llegó el silencio, y una lágrima rodó por su mejilla. Sébastien había muerto.

No fue hasta que llegó el doctor Saunière, horas después, cuando por fín abrió la puerta de la estancia. El manuscrito descansaba sobre la tapa del piano. Margueritte reconoció aquel olor, que ya percibiera décadas atrás.