Aquel momento quedó flotando en sus venas, y marcó el devenir de una vida.
Sus ojos jamás brillaron como aquella noche.
Él la miró, y supo que la quería. Y que siempre la había querido.
Pronto comenzó a llover y bailaron descalzos bajo la lluvia.
La besó, con el hambre de quien quiere parar el tiempo.
Sus labios quedaron impregnados de aquel sabor para siempre, y jamás dejó de añorarlo.
El agua inundó el cauce, y él comenzó a nadar, en busca de una isla para los dos.
Cuando llegó a la orilla descubrió que ella no había luchado,
que se había dejado flotar, y que su cuerpo se alejaba, deslizándose por el cauce.
Y desde entonces la echó de menos en silencio, en la soledad de su isla.