Me enveneno de silencio,
en los espacios entre mis dedos,
entre los renglones de mis versos,
en las noticias que apenas leo.
Me enveneno de silencio,
en el noble arte de echar de menos,
las caricias que guardo y que pierdo,
entre las sábanas con aroma a recuerdos.
Me enveneno en silencio,
en cada latido incompleto,
en cada transfusión de piedra
en las obras de un corazón de cemento.
Me enveneno de silencio,
en las sonrisas que finjo al cielo,
que me devuelve ángeles caídos/tardíos
que se abrazan a una ausencia...
...y se mueren en silencio.