Thursday, April 11, 2013

Su habitación


Empezaba a hacer frío. Ella cumplía con el requisito mínimo que permitía decir que estaba presente, aunque su mirada no era de esas que le conocía, de las que traspasaban. Aquella mirada apenas salía unos milímetros de su propio pensamiento. Él se mantenía como en el cuento de la princesa casadera, con una voluntad infranqueable frente a aquel muro invisible sin puertas ni ventanas.

Por fín, ella volvió a su cuerpo y habló: "¿Por qué dudas cuando digo que te quiero?"

Él entendió que de nuevo era un laberinto diseñado para no acceder al centro. Así que sacó un bolígrafo, y mientras ella consultaba compulsivamente la pantalla de su teléfono móvil, él escribió algo en un papel, lo dobló y lo puso en su mano. Ella le miró con esa expresión de ser dos extraños entre los que los gestos carecen de magia, y de fingir que lo natural era dar por normal esa distancia y cultivar esa ansiedad, remediable con un beso, o dejándose llevar por la única fórmula que sacia la sed de piel.

"Cuando llegues a tu habitación, ábrelo"

Esa misma noche, cuando se sentó en la cama, ella cogió el papel, lo desplegó y leyó. 

Una simple frase: 


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