El caso es que la gente hace verdaderas locuras por conseguir mesa, algunos venden hasta su alma, a cambio de tan sólo una ración a la que las papilas gustativas apenas consiguen definir, adormecidas por el sabor de un vino no demasiado sabroso, pero eso sí, bastante caro.
Al parecer el manjar alcanza tal nivel de exquisitez que tan sólo puede disfrutarse durante la décima de segundo en que la lengua toma contacto con la novedad; a partir del segundo contacto el cerebro ya no es capaz de procesar tan exacerbada sensación, y se limita a transmitir una mínima porción de simple y llano cóctel de un sabor a medio camino entre dulce y amargo.
El ser humano no está preparado para su deleite, pero a pesar de ello, la cola de individuos decididos a pagar una cantidad que se antoja ominosa, nunca acaba.
Y alguien lo observa todo desde una ventana. Sonríe y se frota las manos.
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