Wednesday, January 29, 2014

A Tara le gusta el blues


Es pequeña y charlatana, negra como su forzosamente hermana mayor Pris, pero con una leve mancha blanca en el cuello. Acostumbra a venir al sofá y quedarse dormida escuchando como toco y canto en soledad, mientras Pris, acostumbrada a mis serenatas, se mantiene en un discreto segundo plano, con aire de superioridad, como queriendo decir "yo ya sé de qué va ésto".

Tara en cambio es joven, y es somelier musical de nuevo cuño. Se queda quieta a mi lado. Primero sentada, luego hecha un ovillo al que poco a poco le van desapareciendo los ojos.

Hoy en cambio está activada. Revolotea alrededor de la guitarra, y maulla.

Recuerdo esos años de estirar dedos entre las primeras cuerdas de acero, intentando aprehender todo lo que escuchaba, y sobre todo, aquello que con pocas repeticiones era capaz de retener. Una miscelánea de cuatro o cinco recursos de cada estilo, que explotaba hasta la saciedad en la típica y peligrosa burbuja del confort. Aquellas primeras ruedas I-IV-V de blues con el clásico "turnaround" que no sonaba igual si intentabas cambiar de posición y tonalidad. Me viene a la mente algún concierto local de blues, con el típico y presuntuoso "eso lo sé hacer yo", que venía a significar, aparte de mi valiente ignorancia, que no me interesaba más allá de lo lúdico del momento. 

Luego con los años tu avidez musical pasa a ser respeto y veneración por la tradición y el poso, y sí, respetas, aunque no intentas emular, a gente como Muddy Waters, B.B King, Elmore James, Robert Johnson, Ray Charles, Eric Clapton... y te atreves puntualmente con algún tutorial de "aprende a tocar como Stevie Ray Vaughan".

Pero como leí al maestro Keith Richards, ese que bajó por una escalera de caracol a las profundidades del blues: "el blues no se aprende en un monasterio: tienes que salir al mundo para que te rompan el corazón, a poder ser varias veces, y luego vuelves y entonces sí que puedes cantarlo".

Hoy mis dedos pedían bendings, quintas bemoles y séptimas que rompieran el corsé del blues ortopédico y torpe en el que me quedé hace años. Parece que algunas cosas con el tiempo se asimilan mejor y más allá de planos puramente técnicos. La sesión ha sido única, tal vez mañana no recuerde ni lo que toqué.

Pero el momento lo vale, y Tara ha percibido el alma del asunto.

Mi fiel seguidora felina me lo agradece.



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